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¡Ahí vienen las brujas!

–¡Las brujas, las brujas, ahí vienen las brujas!

Los juegos de los niños habían comenzado al iniciarse la noche. La calle era de ellos, sus rincones un poco oscuros eran ideales para los escondites y la casa abandonada era el lugar perfecto en donde se escondían las brujas.

–¡Corre Tristán, corre, que te alcanzan las brujas!

Tristán corría como le daban las fuerzas y casi sentía como arañaban su espalda las garras de las brujas. Podía oler el aliento podrido que tenían y hasta pudo verle la enorme nariz con su verruga.

–¡Eres mío niño malcriado! –gritaban los amigos de Tristán–.

Tristán sentía que las fuerzas se le acababan y que sus piernas se le doblaban. Fue en ese instante que se tropezó y cayó al suelo; volteó al frente y vio a las brujas acercarse. Lo envolvieron con sus brazos y piernas, pero comenzó a pelear tan bravo como el más valiente de los caballeros de la antigüedad. Una patada por acá, un puñetazo por allá y un cabezazo por todos lados, hasta lograr hacerlas huir.

–¡Vamos Tristán, apúrate, ven con nosotros!

Tristán se reincorporó y fue hasta el escondite. Le dolía un poco una de sus piernas, pero tuvo que aguantarse para que no se burlaran de él.

–¿Vieron cómo me atacaron las brujas? –preguntó Tristán-.

–¡Sí y qué feas eran! –dijeron todos en coro–.

–Una era de color verde –dijo Sebastián–.

–Yo vi que todas apenas y tenían un diente –dijo Carlos–.

–¿Y vieron cómo luché contra ellas? –preguntó Tristán.

–¡Sí! Les diste unos buenos golpes, a lo mejor ahorita están llorando –dijeron sus amigos–.

Tristán y sus amigos se entretenían contando sus aventuras, quizá fantasías o tal vez realidad, pero para ellos, en ese instante, en verdad había pasado.


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