¿Cuántas cosas guardamos en un oscuro rincón al que llamamos pasado? ¿Cuántas nos siguen, aquejan y torturan como si fuese imposible desprenderse de ellas? ¿Los recuerdos son las piezas del rompecabezas de nuestras vidas? ¿Cuánto cambiamos y cuánto permanece? ¿Cuáles son las promesas que hemos dejado sin cumplir? ¿Cuántas decisiones nos esperan y nos vuelven otros? ¿Crees que lo malo puede volverse extraordinario?
De aquella primera vez recuerdo el fuego. Los gritos. El humo incesante que lo impregnaba todo. Recuerdo cada pavesa que voló hasta mis hombros. Cada alarido de sufrimiento. Incluso puedo ver los rostros de cada uno de los presentes y si me lo pidieran, dibujarlos en el papel con lujo de detalles, con precisión inusitada.
Ya hace más de treinta años de eso, pero nada desvanece su recuerdo. Y de entre tantas desgracias pasadas, el incendio es una de esas heridas que por más que lo desees, no cierra nunca. Fue el principio de todo.
Hoy he estado revisando algunos viejos periódicos en busca de ella. No sé, a veces se te ocurren extrañas maneras de seguirle los pasos a alguien: vas a su antigua casa, la buscas en los directorios, recorres los lugares por donde le gustaba pasar (en la insulsa creencia de que una tarde pase nuevamente por ahí), o como yo, buscas por entre los diarios alguna noticia suya.